Mi propósito en estas líneas será diferenciar los sentimientos de culpa y responsabilidad, y así establecer la relación entre ambos. Comencemos por la etimología de estos términos:
- Culpa, del latín culpa: falta o imputación. Cuando uno admite un error. Puede tratarse tanto de culpa en la elección como en la omisión.
- Responsabilidad: Dar respuesta a lo prometido, responder desde lo que es capaz de… o desde lo posible.
A pesar de que ambos términos hablan de cuestiones humanas importantes, es profunda la diferencia entre uno y otro.
¿Qué es la culpa y qué nos hace sentir culpables?
En la culpa uno admite que ha hecho o dejado de hacer algo que ha ocasionado algún tipo de daño o decepción a alguien. Por lo tanto, este “alguien” tiene que importarnos en alguna medida. La culpa se refiere a la imputación hecha a alguien de una determinada acción como consecuencia de su conducta y se refiere al hecho de ser causante de algo. Mientras que la responsabilidad es reconocer y aceptar las consecuencias de un hecho realizado libremente, y de acuerdo con nuestras posibilidades y ética personal.
Los sentimientos de culpa y la responsabilidad están presentes en nuestra vida cotidiana. Hay una culpa inaugural, que nos humaniza debido a que nunca vamos a lograr responder completamente a las expectativas del otro ni a nuestros ideales. Según cómo esto marque nuestra existencia, así será la relación con los otros y con nosotros mismos.
Hablamos de lo inaugural en el sentido de que, ya desde el embarazo, y aún antes, se dan en la pareja fantasías sobre lo que esperan de su hijo: va a estudiar, será buena gente, será diferente, este hijo hará que me realice como madre y/o padre…etc. Estas fantasías son saludables e inevitables.
Lo que será singular, será la tolerancia de los padres ante la diferencia entre el hijo fantaseado y el real. A menor tolerancia mayor será la sensación del hijo de no responder a lo que se espera de él o de ella, y de ahí el terreno para la aparición del sentimiento de culpa se encuentra abonado.
No se trata de una regla matemática, el sentimiento de culpa es un sentimiento singular, distinto para cada persona. No todos nos sentimos culpables por lo mismo.
De ahí la importancia de descubrir de dónde provienen esos sentimientos, con qué estarían relacionados y dónde se generaron.
Será fundamental la historia particular de cada uno y no será válido aplicar las mismas consignas y parámetros para todos por igual.
Tomemos la historia de una mujer que espera que su bebé, que nacerá en breve, sea rubita, pelona y con ojos claros; cuando la bebé nace, resulta que tiene muchísimo pelo negro, de punta y nace morada por venir con dos vueltas de cordón. Podemos entender fácilmente que la madre sienta cierta decepción al ver a su hija por primera vez. Inferimos que si su decepción fue muy grande y mantenida durante la crianza, la niña crecería con una cierta vivencia de culpa por no satisfacer las expectativas maternas. Estas vivencias probablemente se le repetirán cada vez que establezca un vínculo con alguien significativo para ella. Creerá que es la que decepciona y por ello se sentirá culpable.
Por supuesto este es un ejemplo, las cosas no son tan determinantes ni lineales.
Culpabilidad y sensación de fracaso
Otro ejemplo cotidiano: cuando alguien va a un médico y este tiene unas expectativas acerca de cómo debe ser un paciente. Cuando éstas van más allá de las posibilidades reales del paciente en ese momento, seguramente, este sentirá que no puede responder a lo que el profesional espera, propiciándose el abandono del tratamiento, y no sólo esto, sino que el paciente podría ser juzgado como alguien no responsable de su tratamiento. Muchas personas con diabetes y con otro tipo de patologías conocen perfectamente este sentimiento.
La expresión “no responsable” se ha convertido en ese juicio negativo sobre el paciente, sosteniendo su sentimiento de culpabilidad y sensación de fracaso.
¿Responsabilidad o culpa?
La responsabilidad no depende solo de la voluntad. Puedo proponerme ser responsable de algo y no poder llevarlo a cabo.
Ya vimos en la etimología de la palabra responsabilidad, que ésta hace referencia a responder desde lo posible. Hablamos de responder desde lo posible, pero no es tan sencillo llegar a admitir qué es lo posible para cada uno, ya que eso supone asumir que no lo podemos todo, que no todo nos es posible y a menudo nos peleamos con esta idea.
Quizás nos ayude tomar la idea de responsabilidad como un proceso y no como algo puntual. Es decir, en la medida en que conozca más de mí mismo, de mis posibilidades y limitaciones, me podré hacer cargo y responsabilizarme de mis elecciones.
Por ejemplo, “no puedo llevar bien la alimentación que me conviene”, así dicho “alimentación” aparece como un todo que no nos permite discriminar entre distintos aspectos de dicha alimentación. Cómo “todo” es inabarcable y no sirve para mucho. Si tomamos partes concretas y diferenciadas podremos hacer algo con ello.
Y de ahí, ya nos podremos plantear qué podemos y qué no, cosa que no siempre es fácil.
Tomar la responsabilidad como un proceso nos habla de que pueden darse altos y bajos. No somos autómatas y si nos exigiéramos funcionar al 100% (registro de lo imposible) volveríamos a estar en el circuito de la culpa.
Abandonar la culpa
Abandonar la culpa para poder acceder a la responsabilidad es tener en cuenta que entre una y otra hay muchos momentos, distintos tipos de vínculo, estados, limitaciones, circunstancias, etc.
Será nuestro deseo (entendido como empuje vital) el garante de que el proceso continúe, a pesar de los distintos momentos por los que atravesemos.
Asumir qué es lo posible para cada uno posibilitaría salir del circuito de la culpa para responsabilizarnos de nuestra parte en aquello de lo que se trate desde una posición ética.
Quedarse estancado en la culpa, es la manera de no progresar, de no cuestionarse y por tanto seguir repitiendo aquello que le llena a uno de malestar.
No podemos conocer todo de nosotros mismos, siempre hay un misterio, una pregunta por lo que hacemos, ¿por qué hago esto?…
Si uno se cuestiona y, como un detective, se va fijando en las cosas que no encajan, que nos sorprenden, que nos llaman la atención, podrá ir registrando qué hechos negativos se repiten en su vida, como por ejemplo ciertas elecciones de pareja.
Sentimiento de culpabilidad y diabetes
Pensemos un ejemplo relacionado con la diabetes. Imaginemos una persona que no logra manejarse con la diabetes en su vida cotidiana. Tiende a hacer “burradas”, como darse atracones de dulces. En momentos determinados se sentirá culpable porque sabe que come lo que “no debe”, en otros, criticará a los profesionales que le atienden. Si en algún momento esta persona no siente la curiosidad de “¿y por qué me doy estos atracones?”, si esto no le llama la atención, seguirá teniendo un sentimiento de culpa casi permanente, con el consiguiente malestar y sufrimiento.
Sólo preguntándose éticamente qué es lo que me lleva a estos atracones, podrá llegar a desentrañar qué es lo que le conduce a la repetición de aquello que le daña.
¿Es algo de su historia? ¿de su pasado? ¿suele no hacer lo que es necesario para su cuidado?, ¿qué es para sí cuidarse?, etc.
Hay momentos en la vida en los que no somos capaces de plantearnos estas preguntas, o de poder ir encontrando algunas respuestas, pero sí sabemos que no queremos seguir sufriendo. Esto ya podría ser suficiente para buscar ayuda.
Freud, cuando sus pacientes se quejaban de lo que les pasaba les planteaba la siguiente cuestión: ¿Cuál es su parte en el desorden del que se queja?
Esta pregunta habla de cómo tomar una posición ética ante la vida. De cómo uno se hace cargo de sus elecciones, responsabilizándose de ellas.
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Este artículo, escrito por María Eugenia Muñoz Fernández, especialista en Psicología Clínica, ha sido publicado en la Revista Entre Todos, Nº 119. Asociación Diabetes Madrid. www.diabetesmadrid.org.
Autor | María Eugenia Muñoz Fernández. Psicóloga Clínica. Especialista en Diabetes (Adultos). |
Especialidad | PSICOLOGÍA CLÍNICA |
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